La relación entre el cerebro y el aparato digestivo es conocida desde hace mucho tiempo.Como tenerlos en cuenta en la celíaquia.
La licenciada en Nutrición Sol Vilaro explica que el tracto digestivo está conectado con el cerebro a través de señales neuronales, hormonales e inmunológicas.
El apetito y la saciedad, el intestino recibe información del cerebro y, por otro lado, el cerebro recibe mensajes del intestino. Un ejemplo de este circuito bidireccional sería la señal de saciedad que recibe el cerebro luego de haber ingerido una cantidad suficiente de alimento.
El aparato digestivo es un gran pilar en el control del apetito y lo hace conjuntamente con el cerebro. De manera mecá- nica, durante la masticación y salivación, comienza la digestión y se envía información al cerebro de la existencia de alimento en la boca.
De la misma manera, la distensión gástrica envía vía nerviosa (vagal) la misma sensación que la masticación. Existe también un control bioquí- mico del apetito que se da a través de una serie de hormonas que se sintetizan a nivel del tubo digestivo, el hígado, el páncreas y tejido adiposo, y que informan al sistema nervioso central para producir apetito o saciedad en función de las necesidades.
Esta regulación de hambre y saciedad se da a nivel cerebral, más precisamente en el hipotálamo, donde se encuentra el centro de la saciedad y el centro del hambre.
Frente a la presencia o ausencia de alimento a lo largo del tubo digestivo o en relación al tipo de reservas energé- ticas, se estimulan sustancias que son señales cerebrales para dar saciedad o hambre.
Es así como luego de una ingesta de alimentos nos sentimos saciados y dejamos de comer o, por el contrario, después de pasar algunas horas sin haber ingerido alimentos sentimos deseo de comer.
La flora intestinal
Otro punto interesante del eje cerebrointestinal es que el aparato digestivo alberga un ecosistema propio, la flora intestinal, un conjunto de bacterias alojadas en el intestino y que intervienen en su normal funcionamiento. Se han identificado especies diferentes con diversas funciones, como protección frente a bacterias perjudiciales o patógenas, participación en la absorción de nutrientes, síntesis de vitaminas, etcétera.
La flora intestinal viene determinada desde el período neonatal, pero se va modificando con la edad. Además de los cambios propios de la edad, también existen otros factores que pueden modificarla, como la alimentación, el consumo de antibióticos y el estrés.
Cuando se altera el equilibrio de la flora intestinal, se favorece la colonización del intestino con microorganismos patógenos que pueden provocar enfermedades tanto locales (en el propio intestino) como generales. Es así como, probablemente, la flora intestinal juegue un papel muy importante, mucho mayor del conocido hasta el momento, en las alteraciones cerebrales.
Si bien falta mucho por investigar, existen diversos estudios que apuntan a una posible participación de la flora intestinal en las enfermedades neuroló- gicas y psiquiátricas. Una influencia de estas bacterias se produciría a través del sistema inmune, generando sustancias que viajan por la sangre y provocan una respuesta en el sistema nervioso.
Por ejemplo, como cuando se produce una alteración digestiva y hay una respuesta inmune que inflama el intestino y muchas veces se producen cambios en el estado de ánimo. Una disfunción de este eje cerebrointestinal se ha asociado con la patogé- nesis de algunas enfermedades. Podría entonces el tracto digestivo representar una zona vulnerable a través del cual los microorganismos influirían en la fisiopatología de alteraciones cerebrales.
Existen diversos estudios que demuestran que los alimentos consumidos pueden alterar la composición y los productos de la flora intestinal. Dicho efecto puede ser tanto positivo como negativo según el tipo de alimentación que se lleve a cabo.
Este conocimiento abre la posibilidad de utilizar a la nutrición como una estrategia viable para influir positivamente en la salud mental.