Alejandro De Barbieri es Psicólogo Clínico, especializado en psicoterapia existencial y logoterapia.
Su libro “Educar Sin Culpa” nos llevó a mantener una charla con él, sobre la frustración y la celiaquía en tres etapas de la vida: la niñez, la adolescencia y la adultez.
Les contamos hoy que pasa con las frustraciones y nuestros hijos.
“Si evitamos que nuestros hijos se frustren, evitamos que crezcan y maduren. De nosotros los adultos depende reaccionar sin miedo y sin culpa, con amor, pues frustrar es educar. Así como el dolor, las frustraciones son inevitables si se quiere vivir a la plenitud”.
Hacer una concientización personal y cultural, por sobre todo, de la condición celíaca lleva tiempo. Estamos frente a una condición relativamente nueva.
La tarea, hoy, es comunicar para que no se considere que lo normal es lo general y lo anormal es lo otro.
Sin duda, la comida es algo cultural: lo común es que en una mesa todos coman lo que les sirven y no lo cuestionan; lo anormal –aún- es lo otro, tener que esperar o tener un plato con comida diferente.
La cultura tiende a excluir la harina, el azúcar, la sal y la leche. Se habla mucho en la sociedad latinoamericana de la alimentación consciente.
Frustración y celiaquía en niños
Cuando un niño es diagnosticado como celíaco, somos los padres que tenemos que tomar la situación naturalmente para que él lo vaya incorporando en su vida cotidiana. Los adultos no queremos que nuestros hijos sufran, pero sabemos que la felicidad y el sufrimiento van de la mano.
La raíz de muchas de las situaciones que se viven actualmente entre padres e hijos es la intolerancia a la frustración; por eso, las frustraciones son inevitables si se quiere vivir a la plenitud.
Toda situación nueva va a llevar un proceso de adaptación. Es contraproducente si el niño lo vive como angustia. Pero hay que transmitirle que es una cuestión de salud: cuidarse y generar nuevos hábitos de buen consumo alimenticio. Cuando no hay indicios de que el niño se siente mal, es más difícil que cuando él percibe que no está bien.
Si yo no tengo el diagnóstico de celíaco y estoy viviendo tranquilo y, de repente, me dicen que no puedo comer más lo de siempre o me siento mal… claro que me va a frustrar que todos coman y no poder comer yo.
La celiaquía en el niño no debe verse como una frustración común más; cada niño reacciona diferente según su personalidad. Las frustraciones no son acumulativas, son cosas que nos pasan.
Cada niño reacciona de forma distinta; puede ‑en ocasiones- gustarle porque se ve diferente, exclusivo, porque le da cierta identidad. A veces, ellos mismos pueden decirlo en la escuela y proponer a las maestras informar a sus compañeros y preparar recetas en clase. A otros los puede frustrar por tener una característica diferente, como el que usa lentes o es obeso o cualquier otra condición; pero no son frustraciones que se suman.
La clave es poder verlo como una frustración común, porque no puede hacer lo que hacen todos; eso lo hará crecer y no se transformará en un estigma.
Si el niño dice “mamá, esto no me hace feliz…” hay que analizar cómo son las cosas porque, a veces, los niños manipulan. No dejarnos manipular con cosas como “esto no quiero”, “esto no me gusta”, de esa manera lo estamos ayudando a crecer en salud.
Si un niño detona con eso, puede detonar en otra situación cualquiera… hasta si la madre lo manda a bañar.
La clave es que no tenemos que esperar a que nuestros hijos nos agradezcan ahora lo que estamos haciendo por ellos.
Ahora, el niño lo sufre; es un inconveniente para él, porque lo normal es la cultura a base de trigo. Mañana, cuando sea grande, ya va a tener un hábito controlado y va a poder agradecerlo.
Las frustraciones no son acumulativas, son cosas que nos pasan y nos ayudan a crecer.